Construcción

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Un joven es enculado por su maestro de obra en el mismo lugar de trabajo, un edificio en construcción. Me iba a cercando a la aún sin terminar construcción, misma en la que tenía ya días trabajando como albañil. Aminoré mis pasos, casi instintivamente. Sentía una gran agitación, mi corazón se aceleraba y remojé mi boca seca. Sin embargo, no me detuve, no quería perderme aquella oportunidad. Llegué a la parte frontal del lugar. Ahí estaba don José, el "maistro" de la obra. Volví a experimentar un intenso martilleo en otras partes de mi cuerpo, principalmente en el estómago. Se había bañado, vestía de mezclilla y sus pantalones marcaban bien las poderosas piernas. Me excité de sólo advertir lo que estaba en su entrepierna. Me sonrió diciéndome "Qué bueno que viniste". Con una seña, lo seguí. Nos introdujimos y saludamos a Don Chuy, el velador. "Buenas", dije tímidamente, algo avergonzado porque aquel simpático anciano supiera algo. No tuve ninguna duda cuando me devolvió el saludo riendo, y acariciándome toscamente las nalgas "Buenas, muchacho, y vaya que las tienes buenas" finalizó apretándome una de ellas. Firme, con la seguridad que lo caracterizaba en su trabajo, José le dijo "Entonces ¿qué? nos da chance ¿No, don Chuy?" "Claro, claro, sólo te encargo que se fijen en las paredes, ya ves que hoy las acabaron de arreglar. Y así fue como nos metimos a una de las habitaciones que casi estaban listas. Nos quedamos justo en el centro. José me ordenó "Desabróchame el pantalón". Tragué saliva, finalmente lo íbamos a hacer, la decisión ya estaba tomada. Nerviosamente, pero con rapidez desabroché el cinturón y le bajé el cierre. Hombre prevenido, no llevaba ropa interior, así que pude extraer con facilidad su grueso, pero todavía adormecido miembro, era cálido. Lo empuñé, lo acaricié con suavidad y poco a poco noté cómo fue creciendo en mi mano. "Chupámelo", volvió a ordenarme. Me hinqué, la luz de la noche apenas me permitía ver cómo era aquella cosa, lo más notable era su grosor y dureza. Me la metí a la boca, José se había bañado y me supo a frescura. Traté de metérmela más y aguanté lo más que pude, pero pronto me molestó en la garganta. Con la lengua la recorrí, toda, bajé hasta sus testículos, que estaban un poco fríos y encogidos. Eso pareció excitarlo mucho, pues lanzó un gemido de placer, así que me concentré en ellos, antes de volver a chupársela una y otra vez. Aunque no podía metérmela toda en la boca, me concentré en el glande y una y otra vez, con los labios entrecerrados iba y venía hasta más de la mitad de su tronco. Cuando iba acelerando aquello, me detuvo. "Espérate. Bájate el pantalón". Me puse de pie, sin dejar de observar fascinado aquella enhiesta verga que desafiaba a la gravedad. Me abrí la bragueta, me bajé un poco el pantalón, mostrando mis nalgas y mi pene, que estaba también erecto. "Lo tienes parado ¿Verdad?", dijo, empuñándolo brevemente. "Bájate más los pantalones y ponte en cuatro patas". Volví a obedecerlo. José sacó una tapita de crema que llevaba, untó su pene y también lubricó mi entrada anal. "Despacio, por favor" le dije. No me dijo nada. Sentí su poderosa cabeza, babeante. Con inusitada suavidad, dado su fuerte temperamento, José fue presionando su miembro con lentitud, abriendo poco a poco, pero sin retroceder, la flor de mi ano. Sentí aquel intruso y no pude evitar un gesto de dolor. "¿Te duele?" "Un poco" exclamé. Se detuvo un momento, para luego intentarlo otra vez, esta vez con mayor éxito pues su cabeza se alojó en mi interior. Volvió a reposar un momento, nos quedamos quietos, en suspenso. Con otra poderosa embestida buena parte de su herramienta viril se insertó en mi cuerpo. Al sentir aquella calidez, José lanzó un gemido suave y dijo "Ya, ya te entró casi toda". La siguiente nos unió totalmente, morbosamente comprobé con mi mano cómo tenía enterrada aquella verga. "Uff, no sabes las ganas que tenía de tu culito, cabrón" Esto me decía José a la vez que me cogía. "¿Te gusta mi verga?". Le decía que sí, mientras disfrutaba de aquello, la molestia había desaparecido, ahora estaba gozando con aquella casi salvaje embestida. José iba y venía con rapidez. "Jálatela, ya casi termino" me advirtió. "Ah, ahí te va tu entrego de leche, cabrón". De pronto se quedó quieto, inundando mi culo de semen, que eran disparados con poderosos chisguetes que parecían no tener fin. Casi enseguida, y con su pito aún dentro, yo también me vine, sintiendo un enorme placer de saberme ocupado por esa tranca. Nos limpiamos, salimos del cuarto y nos pusimos a platicar como unas 2 horas con don Chuy, con unas cervezas. Divertido con la conversación, de pronto sonreía para mis adentros recordando lo ocurrido hacía unos minutos.
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