Mi depiladora
Mi primera experiencia homosexual. Quiero comenzar diciendo que no soy lesbiana, ni jamás he tenido la menor inclinación sexual hacia mi mismo sexo. Como mujer, y mujer preocupada por mi estética, como supongo que son la mayoría de las mujeres, me fijo en el aspecto físico de otras mujeres, pero nunca me han atraído sexualmente.
Lo que ocurrió en aquella ocasión fue algo en lo que yo no tuve ninguna participación activa. Es cierto que sin mi consentimiento no habría ocurrido nada, pero tengo que decir que yo no hice nada por provocarlo.
Ahora me doy cuenta de que lo que a mí me parecía tan sólo una exquisita amabilidad, era una forma de manifestar su interés por mí. Me estoy refiriendo a mi depiladora, una chica algo más joven que yo. Yo tengo 33 años. Y con un aspecto físico que, insisto, aunque a mí no me atraiga, sé reconocer como muy agradable.
Hasta entonces yo había ido allí sólo a depilarme las piernas. Pero se acercaba el verano y me había comprado un bikini muy escotado, lo cual me obligaba a depilarme las ingles. Le pregunté si ella podía hacerme una depilación definitiva y me confirmó que sí. En realidad hacía ya tiempo que quería hacer desaparecer algunos pelitos indeseables.
Me confirmó el número de sesiones que harían falta y acudí a la primera tan tranquila. Me tumbé e intenté relajarme mientras ella trabajaba. Era extremadamente delicada en su trabajo. La depilación eléctrica produce un momento de cierto malestar que ella intentaba aliviar pasándome la yema de los dedos por el poro, acariciándome, en definitiva, algo que, todo hay que decirlo, a mí me parecía una sensación muy agradable.
Cuando me dijo que si me quitaba las braguitas iba a estar más cómoda y ella trabajaría mejor, me pareció algo de lo más normal. Para entonces yo ya tenía cierta confianza con ella. De pronto, tuve una imagen de mí misma tumbada, con las piernas entreabiertas y aquella chica inclinada entre mis muslos. Jamás me había ocurrido, pero creo que empecé a excitarme. Me resultó violento porque aquella era una situación del todo inesperada. Intenté relajarme y olvidarme de todo. Pero la sensación de placer era demasiado intensa.
Ella seguía pasándome la yema de los dedos tras cada aplicación, que ahora untaba levemente con su saliva. En un momento, acarició toda la zona que acababa de depilar, como para intentar aliviar el malestar de la depilación y entonces rozó involuntariamente mi vulva. Tuvo que notar mi humedad y tuvo que escuchar el leve rumor de placer que involuntariamente salió de mis labios.
Nunca ningún hombre me había proporcionado tanto placer. Es una sensación completamente distinta. Mucho más delicada, más sensible y certera en la forma de provocar placer. Utilizaba indistintamente la lengua y las manos, con una maestría que yo nunca había conocido. No soy mujer que exteriorice exageradamente el placer sexual, más bien soy muy discreta, es decir, nada de gemidos o lamentos. En aquella ocasión no pude evitar emitir sonidos incontrolados, asociados al torrente de placer que me inundaba. Por fin, tras correrme, me invadió una sensación de enorme bienestar, casi de paz espiritual.
Aquella primera vez, como digo, yo no participé en absoluto. Tan sólo me dejé hacer. Pero hubo otras ocasiones. Insisto en que no creo que eso me convierta en una lesbiana. No me importaría reconocerlo si realmente lo fuera. Con ella encuentro un placer que jamás he tenido con mi marido o con otros amantes. Se trata de puro placer físico. Nada más.
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