Puta por una noche

Una sencilla ama de casa convertida en puta por culpa de los negocios de su marido. Mi marido trabaja como comercial en una multinacional, y no creo que sea necesario subrayar la importancia que para él tienen las relaciones públicas. En más de una ocasión me ha pedido que le acompañe en sus cenas de negocios, y a mí siempre me ha parecido lógico ayudarle en la escasa medida de mis posibilidades. Por eso acudo a esas cenas, por aburridas que me parezcan, y derrocho toda la simpatía de la que soy capaz. Pienso que en ello va la buena marcha de nuestra economía doméstica y que a mí me toca ayudar siempre que sea posible. Más tarde me daría cuenta de que aquella vez él estaba más nervioso de lo habitual antes de la cena, pero entonces no le di ninguna importancia. Nunca me pone pegas a la ropa que elijo cuando salimos a cenar, pero aquella noche me pidió que me vistiera un poco más "sexi", eso fue lo que recuerdo que me dijo. A mí me gustó que me lo pidiera. A todas nos gusta, que nuestros maridos se preocupen de nuestro aspecto y a mí, al menos, me encanta saber que aún provoco ese tipo de atracción en él. Más que "sexi" me puse provocadora. No recuerdo en qué momento de enajenación me dio por comprarme aquella falda tan ceñida, que por supuesto jamás me había puesto ni pensaba ponerme nunca. Me la puse entonces por hacerle una gracia, pero ni remotamente imaginaba que fuera a parecerle bien que saliera así. Entre aquella falda, los tacones de aguja y el "wonder-bra" que insistió en que me pusiera, tenía un cierto aire ordinario, un cierto aspecto de puta, en definitiva, que el parecía no percibir, pero que a mí me resultaba bastante evidente. Puesto que él parecía satisfecho con mi apariencia y yo estaba deseando darle gusto, salí así vestida a cenar. Mi sorpresa fue cuando el cliente con el que íbamos a cenar aquella noche llegó acompañado de lo que a todas luces era una auténtica prostituta. Aquélla sí que no podía evitar ocultar lo que era. En aquel momento me di cuenta de lo que ocurría. Mi marido me había disfrazado de puta, seguramente porque su cliente le había dicho que iría acompañado por una, y él quería estar a la altura de las circunstancias. Mi primera reacción fue de rabia contra mi marido, por no haberme avisado de lo que me esperaba. Más tarde me explicaría que si me hubiera dicho la verdad desde el principio, yo jamás habría aceptado, y puede que tuviera razón. Lo peor de todo fue que su cliente, enseguida se dio cuenta de que, como puta, yo tenía bastante mejor apariencia que su acompañante y, claro está, puesto que el cliente siempre tiene razón, se encaprichó enseguida conmigo. A partir de ahí me quedó perfectamente claro el tremendo machismo con el que los hombres tratan a las prostitutas. Yo puedo entender que un hombre intente seducirme, no sería la primera vez, pero siempre se plantea un juego previo, un cierto respeto a tu intimidad, y sobre todo a tu integridad que rara vez se traspasa. En este caso era completamente distinto. Yo era sencillamente una cosa para él, y por lo tanto, tenía todo el derecho del mundo a meterme mano bajo la mesa, a hacerse el encontradizo en los lavabos, y sobarme de arriba abajo sin el menor miramiento. Para cuando terminó la cena, él ya tenía claro que las putas habían cambiado de mano. Y mi marido, por supuesto, aparte de poner cara de circunstancias, no tenía nada que objetar. Después de cenar quedamos en una discoteca para tomar unas copas y a mí, por supuesto, me tocó acompañarle en su coche. Nada más montar ocurrió lo inevitable. Recostó los asientos y sin más preámbulos me quitó las bragas. Me folló allí mismo. No fue eso lo que más me sorprendió. Lo realmente sorprendente fue comprobar el estado de excitación en el que yo me encontraba. Saber que aquel hombre pensaba positivamente que yo era una profesional, me excitaba. Jamás se lo confesé a mi marido, pero me corrí como nunca lo había hecho en aquel asiento de coche. Todavía antes de entrar en la discoteca volvió a follarme en su coche. Durante toda la noche no paró de meterme mano. Yo miraba a mi marido que parecía no alterarse. Más tarde me confesaría lo excitado que estaba al verme convertida en una puta. Salimos de la discoteca para ir a su hotel. Volví a casa de madrugada. Cuando llegué, mi marido estaba despierto. No dijo ni palabra. Se limitó a follarme con violencia, como nunca lo había hecho.
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